Juan Liscano
Uno de los surtidores de ethos poéticos venezolano ha de ser el cancionero popular, heredad hispanoparlante e hispanocantante común a todos nuestros pueblos. Sus formas perceptivas y combinaciones métricas en lo formal, frecuentemente su temática, su estilo cuando no la escritura misma, están en los fundamentos no solamente de la poesía venezolana, sino de la castellana y de la latinoamericana. Pero con el desarrollo de las búsquedas estéticas, de la de la introspección lírica, de la aspiración a un lenguaje más abstracto y propio, los aportes del cancionero, su inevitable retórica, fueron sometidos a un filtraje cada vez más cuidadoso, hasta el punto de convertirse en una subyacencia imperceptible, apenas un soplo, apenas una levísima acentuación del alma, lo cual es de lamentar en lo que se refiere a perderse una de sus virtudes principales que es la concisión.
Sin embargo Venezuela cuenta con poetas de jerarquía lírica que asumiendo esa tradición, llevándola a buenos niveles de lenguaje y proyección metafórica, primer paso hacia la metafísica. Pudiera citar el caso de un poeta recientemente rescatado, compañero de juventud de Rómulo Gallegos, fallecido en París en 1936, cuya obra casi enteramente inédita, cuando no desconocida, revela, gracias al estudio realizado por otro poeta de una generación ulterior a la mía, Jesús Sanoja Hernández, y al empeño de Monte Avila Editores en dar a conocer a ese autor, no solamente una inquietud sabia ante la irrupción de la vanguardia, sino una decisión experimental de usar el octosílabo tradicional, o el corrido popular venezolano y su lenguaje, para cantar a Spinoza, Beethoven y Descartes. Salustio González Rincones es su nombre y ahora se sabe que, en 1908, escribió tres poemarios inéditos que presagiaban la reacción antimodernista de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, pasando por y trascendiendo el lenguaje finisecular, enjoyado y rico en sonoridades raras, de Herrera y Reissig y Lugones. Sea dicho de paso, aún Lugones no había publicado su extraordinario Lunario sentimental . (...)
Tres Poemas
De
Guillermo Yépez Boscán
a Gaby y Sara
Asoma perro de presa
O se descubre plumaje
Insaciable incansable
No da cuartel ni en el poema
Que recubro de espejos
Para mirarme menos dentellada
Solo las dos una
Delgada certeza de dulzura
La otra pequeña flor sin modales
te disipan tenebra
Y espantan al pájaro de escamas
Solo las dos al animal conjuran.
INERTE
Sin enfurecerte ni gemir
Contra la pared como una mancha
Hasta que la porosidad de la piedra
te absorba y vuelvas a ser cal
Como al principio.
EL DON DEL POEMA
El don del poema sobre la página de hilo
La posibilidad de interrogarme e inventar
El sendero que no regresa y se bifurca
La letra donde florece al menos la ilusión de la gracia
La conciencia del extravío.
EL DEBER DEL SOLDADO
Alfredo Armas Alfonzo
Lo enterrarán, lo bajarán a lo más profundo del hueco allá donde se esparcen las raíces del majomo, las raíces de los currucayes, las raíces de los guásimos, las raíces de los guamos cajetos, allí lo descenderán, lentamente, lentamente, lentamente lo harán descender, don Julián Alfonso a cuenta de hermano que es, y don Pancho Mata, que es como si fuera de la familia o lo es, tirarán ellos del mecate de la cabeza, lo ayudarán a bajar del lado de los pies don Juan Evangelista Arveláiz y el doctor Muñoz, que a pesar de sus facultades no lo alentaron ni le evitaron este final, pero por algo entran y salen de la casa de Alfonso como si don Ricardo les hubiera extendido escrituras de paso, lo irán acercando a la tierra, lo irán saturando de ese olor a raíz, a humedad, a agua del cielo, hasta que la caja descanse sobre los ladrillos, ruuuu sonará el mecate al ser recogido de cerca de donde descansa la cabeza sobre la almohada con las iniciales RA y LR, por él y por la viuda, ruuuuuuu sonará el mecate de los pies, y ya serán las últimas cosas del mundo que perciban sus ojos, porque ya doña Luciita no llora porque se le acabó el llanto de tanto que lo viene vertiendo, desde el primer día de la enfermedad hasta este momento, y ya la niña Mercedita Alfonso no derrama más lágrimas porque se le acabó de desgarrar el sentimiento, y la niña Tura todo cuanto hará será comerse las uñas que es lo que la tristeza le deja. Todos contendrán hasta los respiros mientras dure el tiempo de este viaje y sólo se oirá un viento pequeño entre los mostrantos y el tuquitiquituqui del corazónde su hermano don Julián, y del doctor de Guanape, de ese don Juan Evangelista que no hace otra cosa que mandarle tablas de cedro y clavos puntaeparís a cuanto enfermo le vienen a consultar, como si la lengua suya fuera de San Juan Capistrano de la iglesia, que la tiene morada de tanto humo que percibió alumbrándole el camino a esta pobrecía y facilitándole el rumbo entre tanto espinar como dicen que le ha ido creciendo a la puerta del cielo para evitarse que los que no deben entren que sin la vela del alma nadie rehende la oscuridad, que sin la vela de bien morir la muerte se excede en su maldad, para esto es que la prenden y para esto le inventan las fogatas al Capistrano y no la lengua, los ojos se le van a encarnar. Sólo se oirá el ir y venir de la sangre de la viuda y de las niñas Alfonso, ya transfiguradas de tanta pena como la han padecido al punto de que la niña Mercedita no es ni la sangre de su belleza. Así lo enterrarán entre este ladrillo rojo que el niño Ricardito hizo traer de Clarines, de la boca del horno de donde hicieron los de la casa de los santos, para que no desquicie esta agua que corre por el Manarito y por el Urape y que baja de los recintos de Dios como si nada la pudiera contener, de piedra dura para que no hoce entre la carne del cadáver el cachicamo muertero que aquí en este suelo de Uchire labra la cueva para su cría entre el costillar de los sepultados, (...)
CHE Bandoneón
A Juan José Mosalini, bandoneonista
Julio Cortazar
Se puede decir sin exageración que sin el tango no habría bandoneón (habría otro, alemán o japonés, pero siempre otro), y que al mismo tiempo sin el bandoneón no habría tango (habría otro, como los de los primeros tiempos que no resisten la comparación con los que nacieron de su fuelle). Es casi como lo del huevo y la gallina, no se sabe quién está realmente antes en la evolución del gotán como baile y como canción. A lo largo de los años la música del “fuelle” inspira sentimientos y palabras que el poeta volcará en nuevos tangos, que el bandoneón tocará a su vez llegado el momento, dándose así un juego cíclico interminable que no creo tenga otro ejemplo dentro de la música. Única excepción: la guitarra presente en tantos folklores, que también acompañó a los cantores de tango antes de que se crearan otros respaldos instrumentales, y que escuchó las
sólo le faltan los ojos
para ayudarme a llorar…
Y el Gardel de Mi noche triste:
La guitarra en el ropero
nadie en ella canta nada
ni hace sus cuerdas vibrar.
Pero poco a poco el bandoneón fue desplazando a la guitarra en el territorio urbano del tango, sin pretender suplantarla en las canciones camperas donde en las manos de un Atahualpa Yupanqui y un Eduardo Baúl se muestra insustituible. Buenos Aires, que hospedó al folklore provincial pero es la casa propia del tango, se identificó instintivamente con los ritmos y las variaciones que sólo el fuelle podía darle al tango.
A veces esta unión del instrumento y el tango es total, como cuando Celedonio Flores escribe una letra exclusivamente dedicada al bandoneón, y que es tan porteña que no se puede dejar de citar su comienzo:
Dulcemente entre sus manos
te desdobla acompasado
el bacán que te acamala
y te sabe hacer llorar...