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Fablar 19

 Sobre Poesía Venezolana

Juan Liscano

Uno  de  los  surtidores  de  ethos  poéticos  venezolano  ha  de  ser el cancionero popular, heredad hispanoparlante e hispanocantante  común a todos nuestros pueblos. Sus formas perceptivas y combinaciones métricas en lo formal, frecuentemente su temática, su estilo cuando no la escritura misma, están en los fundamentos no solamente de la poesía venezolana, sino de la castellana y de la latinoamericana. Pero con el desarrollo de las búsquedas estéticas, de la de la introspección lírica, de la aspiración a un lenguaje más abstracto y propio, los aportes del cancionero, su inevitable retórica, fueron sometidos a un filtraje cada vez  más  cuidadoso,  hasta  el  punto   de   convertirse   en  una  subyacencia imperceptible, apenas un soplo, apenas una levísima acentuación del alma, lo cual es de lamentar en lo que se refiere  a perderse una de sus virtudes principales que es la concisión.

                Sin embargo Venezuela cuenta con poetas  de  jerarquía lírica que asumiendo esa tradición, llevándola a buenos niveles de lenguaje y proyección metafórica, primer paso hacia la metafísica. Pudiera citar el caso de un poeta recientemente rescatado, compañero de juventud de Rómulo Gallegos, fallecido en París en 1936, cuya obra casi enteramente inédita, cuando no desconocida, revela,  gracias  al estudio  realizado  por  otro  poeta  de una generación ulterior a la mía, Jesús Sanoja Hernández, y al empeño de Monte Avila Editores en dar a conocer a ese autor, no solamente una inquietud sabia ante la irrupción de la vanguardia, sino una decisión experimental de usar el octosílabo tradicional, o el corrido popular venezolano y su lenguaje, para cantar a Spinoza,  Beethoven y Descartes. Salustio González Rincones es su nombre y ahora se sabe que, en  1908,  escribió  tres  poemarios inéditos  que presagiaban la reacción antimodernista de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, pasando por y trascendiendo el lenguaje finisecular, enjoyado y rico en sonoridades raras, de Herrera y Reissig y Lugones. Sea dicho de paso, aún Lugones no había publicado su extraordinario Lunario sentimental . (...)

Tres Poemas

De

Guillermo Yépez Boscán

 

CONJURO DEL ANIMAL

a Gaby y Sara

El animal que en todos
Asoma perro de presa
O se descubre plumaje
Insaciable incansable
No da cuartel ni en el poema
Que recubro de espejos
Para mirarme menos dentellada
Solo las dos una
Delgada certeza de dulzura
La otra pequeña flor sin modales
te disipan tenebra
Y espantan al pájaro de escamas
Solo las dos al animal conjuran.

 

INERTE

Divaga como la sombra
Sin enfurecerte ni gemir
Contra la pared como una mancha
Hasta que la porosidad de la piedra
te absorba y vuelvas a ser cal
Como al principio.

 

EL DON DEL POEMA

 El don del poema sobre la página de hilo

Todavía me otorga desconocido y oscuro
La posibilidad de interrogarme e inventar
El sendero que no regresa y se bifurca
La letra donde florece al menos la ilusión de la gracia
La conciencia del extravío.

 

EL DEBER DEL  SOLDADO

Alfredo Armas Alfonzo

Lo enterrarán, lo bajarán a lo más profundo del hueco allá donde se esparcen las raíces del majomo, las raíces de los currucayes, las raíces de los guásimos, las raíces de los guamos cajetos, allí lo descenderán, lentamente, lentamente, lentamente lo harán descender, don Julián Alfonso a cuenta de hermano que es, y don Pancho Mata, que es como si fuera de la familia o lo es, tirarán ellos del mecate de la cabeza, lo ayudarán a bajar del lado de los pies don Juan Evangelista Arveláiz y el doctor Muñoz, que a pesar de sus facultades no lo alentaron ni le evitaron este final, pero por algo entran y salen de la casa de Alfonso como si don Ricardo les hubiera extendido escrituras de paso, lo irán acercando a la tierra, lo irán saturando de ese olor a raíz, a humedad, a agua del cielo, hasta que la caja descanse sobre los ladrillos, ruuuu sonará el mecate al ser recogido de cerca de  donde  descansa  la  cabeza  sobre la almohada con las iniciales RA y LR, por él y por la viuda, ruuuuuuu sonará el mecate de los pies, y ya serán las últimas cosas del mundo que perciban sus ojos, porque ya doña Luciita no llora porque se le acabó el llanto de tanto que lo viene  vertiendo, desde el primer  día  de  la  enfermedad hasta este momento, y ya la niña Mercedita Alfonso no derrama más lágrimas porque se le acabó de desgarrar el sentimiento, y la niña Tura todo cuanto hará será comerse las uñas que es lo que la tristeza le deja. Todos contendrán hasta los respiros mientras dure el tiempo de  este  viaje  y  sólo  se  oirá  un  viento  pequeño  entre los mostrantos y el  tuquitiquituqui del corazónde su hermano don Julián, y del doctor de Guanape, de ese don Juan Evangelista que no hace otra cosa que mandarle tablas de cedro y clavos puntaeparís a cuanto enfermo le vienen a consultar, como si la lengua suya fuera de San Juan Capistrano de la iglesia,  que  la  tiene  morada  de  tanto  humo que  percibió alumbrándole el camino a esta pobrecía  y  facilitándole  el  rumbo entre tanto espinar como dicen que le ha ido creciendo a la puerta del cielo para evitarse que los que no deben entren que sin la vela del alma nadie rehende la oscuridad, que sin la vela de bien morir la muerte se excede en su maldad, para esto es que la prenden y para esto le inventan las fogatas al Capistrano y no la lengua, los ojos se le  van a encarnar. Sólo se oirá el ir y venir de la sangre de la viuda y de las niñas Alfonso, ya transfiguradas de tanta pena como la han padecido al punto de que la niña Mercedita no es ni la sangre de su belleza. Así lo enterrarán entre este ladrillo rojo  que el niño Ricardito hizo traer de Clarines, de la boca del horno de donde hicieron los de la casa de los santos, para que no desquicie esta agua que corre por el Manarito y por el Urape y que baja de los recintos de Dios como si nada la pudiera contener, de piedra dura para que no hoce entre la carne del cadáver el cachicamo muertero que aquí en este suelo de Uchire labra la cueva para su cría entre el costillar de los sepultados, (...)          

CHE Bandoneón

                   A Juan José Mosalini, bandoneonista

Julio Cortazar

Se puede decir sin exageración que sin el tango no habría bandoneón (habría otro, alemán o japonés, pero siempre otro), y  que al mismo tiempo sin  el bandoneón no habría tango (habría otro, como los de los primeros tiempos que no resisten la comparación con los que nacieron de su fuelle). Es casi como lo del huevo y la gallina, no se sabe quién está realmente antes en la evolución del gotán como baile y como canción. A lo largo de los años la música  del “fuelle” inspira sentimientos y palabras que el poeta volcará en nuevos tangos, que el bandoneón tocará a su vez llegado el momento, dándose así un juego cíclico interminable  que no creo tenga otro ejemplo dentro de la música. Única excepción: la guitarra presente en tantos folklores, que también acompañó a los cantores de tango antes de que se crearan otros respaldos instrumentales, y que escuchó las confidencias de Carlos Gardel joven:

                La guitarra que yo toco
                tiene boca y sabe hablar,
                sólo le faltan los ojos
                para ayudarme a llorar…
                Y el Gardel de Mi noche triste:
                La guitarra en el ropero
                todavía está colgando,
                nadie en ella canta nada
                ni hace sus cuerdas vibrar.

                Pero poco a poco el bandoneón fue desplazando a la  guitarra  en  el  territorio  urbano  del  tango,  sin pretender suplantarla en las canciones camperas donde en las manos de un Atahualpa  Yupanqui y un Eduardo Baúl se muestra insustituible. Buenos Aires, que hospedó al folklore provincial pero es la casa propia del tango, se identificó   instintivamente   con   los   ritmos   y  las variaciones que sólo el fuelle podía darle al tango.

                A veces esta unión del instrumento y el tango es total, como cuando Celedonio Flores escribe una letra exclusivamente dedicada al bandoneón, y  que es tan porteña que no se puede dejar de citar su comienzo:          

                Dulcemente entre sus manos
                te desdobla acompasado
                el bacán que te acamala
                y te sabe hacer llorar...