Gabo 60 años
por segunda vez
JUAN JOSÉ PERALTA
Gabriel García Márquez, por un error del registro bautismal cumple hoy 60 años y su fiesta, que quiso hacer en Cartagena, no tiene más remedio que celebrarla en Cuernavaca lejos del Caribe, sus familiares y sus amigos de la juventud.
Secundado por Margarita Munive, hoy domingo seis de marzo Jaime García Márquez seguramente anda ocupado, en medio de cierto guayabo o ratón, en procurar una "viuda de carne salada" para seguir en la celebración del aniversario del natalicio de un hombre que cumple por segunda vez sesenta años y si no fuera porque se trata de un colombiano que una vez obtuvo el Nobel de Literatura, la cosa no pasaría de una común fiesta en familia.
Ese personaje y su obra son objeto de estudio en universidades, liceos y escuelas de todo el mundo y hasta en La Sorbona, en Francia, existe una cátedra con su nombre dedicada a hurgar en todos sus relatos, desde los primeros cuentos publicados en El Espectador, de Bogotá, hasta su apasionada novela El amor en los tiempos del cólera pasando -por supuesto- por Cien años de soledad, su obra maestra.
Seguramente Jaime habrá contado ya a su hermano el vieja de Enero pasado a Sucre con Luís Enrique y Gustavo, en una visita de tres días que causó revuelo en este extraviado pueblo de la geografía colombiana que los García Márquez abandonaron el mismo año que un crimen lo sacó de las telarañas del olvido. Don Eligio Gabriel García, telegrafista en otros tiempos y ahora próspero homeópata había decidido marcharse a Cartagena con toda la familia porque sus hijos mayores estaban en la universidad y era preciso atender directamente la marcha de su formación desde más cerca.
Además, don Eligio Gabriel insistía con el mayor de sus hijos que debía proseguir sus estudios hasta graduarse de abogado. Gabito, como lo llamaron desde siempre en la familia, respondió a su padre el resultado de la decisión que en 1982 lo condujo a Estocolmo, con escándalos de feria, al recibir el Premio Nobel de Literatura. “No quiero ser abogado, papá, lo que quiero es ser escritor”, le dijo y él se le quedó mirando un rato en silencio y le respondió: “Pues comerás papeles”. (…)
Carlos Fuentes: Fragmentaria
La Cólera y la Risa
Julio Ortega
El quinto escenario del descubrimiento de América terminará en más de un libro, pero la nueva novela de Carlos Fuentes lo anticipa como una parodia del Apocalipsis. En Cristóbal Nonato, 1992 es el año en que todas las crisis hacen de México la capital del subdesarrollo. Fuentes nos confronta como verdadera pesadilla latinoamericana donde todas nuestras miserias presentes se suman en un país desmembrado, invadido y saqueado. El quinto centenario no podría haber tenido un mejor narrador visionario. De un pretexto ha producido un postexto, sobre el paisaje de una biblioteca de promesas y frustraciones; porque entre Cristóbal Colón y Cristóbal Nonato, entre el descubridor y el colonizado, América ha perdido el futuro.
Todo en Cristóbal Nonato es extraordinario, y en esa medida es un homenaje a la imaginación del descubrimiento; pero es al mismo tiempo una contradicción al ritual celebratorio: en lugar de la invención de América, estamos aquí ante su extravío. En lugar de su utopía de Vasco de Quiroga, el futuro esta ocupado por la antiutopía de Ronald Ranger.
La historia es aquí el escenario donde se levanta la novela. La noción de un origen que conmemorar es convertida en un concurso extravagante, serán premiados los padres de niños que nazcan primero el 12 de octubre de 1992. desde el vientre de su madre, gestándose para un concurso, Cristóbal asume la voz narrativa. En nueve capítulos (que son las gestaciones de la novela naciente en nuestra lectura) Cristóbal registra toda la información sobre sus padres, sus parientes, su ciudad y su país. Todo lo escucha e inscribe en sus células, en su memoria prenatal, actuando así como una suerte de “chip” mexicano. La memoria de Cristóbal (colón navegando en el lenguaje) es, por cierto, la escritura misma. De modo que el lenguaje (brillante, abrumador, circulatorio) es aquí un verdadero líquido amniótico (y semiótico); la novela, un vientre materno; y el lector (llamado Elector), un testigo que asiste con humor a la gestión de un relato profundamente humorístico y desaforado. La novela se da a luz placenteramente, desde su placenta histórica, con la fluidez y locuacidad de un mito cósmico. Historia (tiempo lineal: pesadilla del futuro) y mito (tiempo circular: comedia del mundo al revés) se funden en el discurso de una novela que con la licencia imaginativa de la utopía (verdadero tour de force y Mexican tour) produce una extraordinaria sátira de la condición político-social de América Latina. No en vano la figura patriarcal de Quevedo se alza sobre las ruinas: la indignación moral y estoica arden aquí detrás del espectáculo caricaturesco y grotesco. (...)
Ernest Hemingway Fragmentaria
Hace 520 años volvió el lobo al mar (I)
Sergio Antillano
La boca del fusil por donde salió la bala que mató a Ernest Hemingway selló por siempre, una novelesca incógnita, el acto final de la vida del más novelesco autor contemporáneo.
En ningún otro como en el escritor de Illinois se dio el aserto que tanto atormentaba a Wilde: "Algunos suelen vivir las novelas que los novelistas jamás escribieron". Y ello, aceptado así, con límpida sencillez, entraña toda una definición del artista de excepción que fue Hemingway.
Su suicidio ha sido sólidamente establecido. ¿Por qué no admitirlo? Aún en quien había hecho del goce de la vida un culto, en quien parecía derivar del íntimo contacto con la tierra su fortaleza, un poeta al que solía urgir la naturaleza -no por regusto cerebral-, con fina percepción sensorial óptica, auditiva y olfativa; aún para quien la vida parecía andar en la flor de los sentidos: aún para criaturas como ésta, puede llegar la hora plena de tomar conciencia de la propia muerte. De la muerte del artista, de la muerte del creador, que bien puede no coincidir en temporalidad con la muerte menos muerte, del cuerpo.
Antonín Artaud solía reflexionar sobre la muerte como un estado pasajero. Un estado que nunca existió, pues si es difícil vivir, cada vez se hace más imposible e ineficaz morir. Podrías abandonar el cuerpo y viajar por el espacio temporalmente, pero volverías a aquél. El muerto sólo tiene una idea, recuperar su cadáver y proseguir.
Hemingway, por ejemplo, digámoslo de una vez, había muerto hacía larga tiempo. "Del otro lado del río y entre los árboles”… ¿Por qué, entonces él precisamente, tan familiarizado con ella, con la muerte, desde "Historia natural de los muertos", debía de ser el último en enterarse?
Como ninguno, Hemingway tenía la idea, además, que la muerte es un total fastidio, porque en primer lugar nos hace perder numerosos acontecimientos, y la muerte, su muerte, necesariamente, era una historia que merecía haberla vivido vivo.
Cuanto disfrutaría ahora el viejo lobo con la artificial disputa montada por las editoriales cubriendo de costa a costa el territorio de la unión norteamericana -también algunos "bestsellers"- si fue la suya muerte natural o por suicidio. El, que hizo de la vida una feria, a quien su padre lo quería médico y abandonó el colegio a los quince años para convertirse en lavaplatos de un restaurante. También fue periodista, reportero y con el tiempo, se vio llamado "el mejor de los escritores" y "el más pintoresco". (...)
Primer apunte del llanto Fragmentaria
en la muerte de mi padre
Luz Machado
Nunca riqueza alguna turbó con su incensario
la serena conciencia ni el sentimiento adusto.
Su lenguaje fue claro, Su pensamiento, augusto
para el pobre y el niño, el cruel y el arbitrario
porque de la Justicia era depositario
cuando fue la Justicia honor sabio y vetusto.
De estirpe de Quijotes y de los Jesucristos
Y de libertadores civiles imprevistos,
todo sueño en amor para la causa buena,
Fue dejando en palabra amor, bondad, silencio
y en silencio el lenguaje que ahora reverencio
en adjetivos míseros ante su paz terrena.
II
Símbolo de pureza de franciscana esencia,
No por no estar lo digo. Sé que muchos lo amaron
y han llorado su muerte de varón a conciencia.
Aunque no me lo digan yo lo se. Es reverencia
De alcurnia. Ha muerto un justo. La bondad enlutaron.
Vi. la cara a la diosa. Sus dos ojos lloraron.
Con la venda del mito secó la rauda afluencia.
Dios recibe el despojo, la humana crispadura,
carne lívida, blanda; arteria seca, oscura,
la vida en el profundo silencio de la muerte.
Hazle. Señor, un sitio de paz en tu reinado.
Por ti mismo te juro que te amó. Y te ha buscado
cuando su propia alma se desasía por verte.
Y rechazó la vida tal como la aceptara.
No hubo argumento válido para que la asumiera.
El árbol de la sangre mermó su torrentera.
Sorbió la soledad reciedumbre precIara.
Todo lo que era vivo fue menguando. Una rara
ausencia sonreído en figura de cera
talló la decadente lozanía procera.
y negó todo gesto a la esperanza avara.
La agonía fue un vuelo del corazón al labio.
¡Qué poca cosa eres, vida de ruin o sabio!
¡Qué migaja tan rauda, tan breve y tan intensa!
Basta, una sola seña de la mortal congoja.
para que te desprendas como cualquiera hoja
a la que ningún soplo en su caída venza. (...)