Traductor

.

Fablar 24

Fragmentaria

Lectura de Gustavo Pereira

Alimentarse de los que nos mata

Juan Liscano

Gustavo Pereira tenía 19 años (nació en 1940, en Maracaibo) cuando leí en la revista Símbolo, editada por un grupo de estudiantes,  en el número doble 5-6 de febrero-marzo de 1959, un poema suyo que contrastaba con la agitación febril y política de esos días. Se titulaba “Momento de Fuga”. Y decía: “Cantemos esta paz momentánea de fugarnos del mundo / este júbilo errante de tañir / y tañir / y tañir…”. (1)

En un tono romántico, en un ritmo que parecía proceder remotamente del Nocturno de José Asunción Silva con sus suaves ecos,  en este caso: “Comenzamos perdiendo  el otoño,  plañendo las hojas, / las hojas, las hojas...”, Pereira, el joven Pereira que cinco años más tarde, en 1965, será uno de los fundadores de la Juventud Comunista en Puerto La Cruz (donde aún reside), invita a la paz momentánea de fugarse del mundo, “cantando, cantando”.

No se le escapa que este aflojamiento lírico será efímero. Están cerca “los huesos labrando los campos, y los dientes / arando la tierra / y las luchas… / las marchas de sangre”. La obra toda —unos diez libros de poesía— escrita por Gustavo Pereira, oscilará entre dos polos: el de su toma de conciencia social, marxista, vinculada a la imagen  paterna, a ese trabajador gráfico que le “enseñaba la Internacionalidad entre los ruidos de las máquinas” y “ devoraba hasta el amanecer los libros rojos”,  a la consiguiente aproximación  efectiva hacia los pobres, “tienen el vientre vacío la cabeza de cerveza”, y su sentir íntimo, personal, introspectivo, suyo, como decía Vallejo de sí mismo, conmovido sin cesar, por impulsos contradictorios del alma, por alas y llamas, “por el pánico de caer en mi propia trampa”.

“Si está acá quiere estar allá
 Y si allá  
 Acá             
Cuando hay música prefiero silencio
Cuando hay silencio se siente solo  
El temor le hace poner música      
La música le hace desear silencio  
El silencio estar allá                         
Y estar allá etc…”

 

Jacques Dupin:                                                Fragmentaria

Poeta

          de la Vertiente
Abrupta
                       Alfredo Silva Estrada

Los primeros poemas de Jacques Dupin fueron acogidos con vivo entusiasmo  por René Char. “sin demoras  -escribe Char en el bello  prefacio de Cenicero del Viaje, G. L. M. 1950-  se ha conferido a sus poemas la importancia que se le habría negado con justicia a las confidencias de un simple mal de infancia. Jacques Dupin aparece con un cuerpo muy suyo y una revelación no menos personal”. Esta  exaltación de Char hace que cierta crítica poco atenta axagere la influencia del autor de Le Marteau sans Maitre sobre el joven poeta de Gravir  (trepar), título que recoge, en 1963, lo más importante de su obra hasta esa fecha. El título es significativo. Muestra la áspera   insistencia en buscar una fundamentación del ser mediante la violencia  de la palabra: Treperte y, habiéndote trepado -cuando la luz ya no se apoya sobre las palabras, y se derrumba  y rueda cuesta abajo-  treparte todavía. Otra cima, otro yacimiento.

Jean-Pierre Richard es, a nuestro juicio, el ensayista que más profundamente ha escrito sobre la obra poética de Dupin. El breve fragmento que trascribimos pertenece al prefacio de L’Embrasure (El Vano), N. R. F., 1971:

“El paisaje de Dupin sólo se afirma rompiéndose. Nace de su propia desgarradura: la disyunción que él reinventa e  interroga sin cesar mediante el modo esencial de la agresividad. Centellas, ráfagas, choques, sacudidas, cuchillas, rejas de arado, palas, brechas, derrumbes, arañazos, desolladuras, oscurecimientos, estallidos, dislocaciones, naufragios: he aquí algunos de los instrumentos y de las maneras  con las cuales se sueña aquí, monótono y siempre variado,  dinamismo tan poderoso  de asalto. Por lo demás, se ejercen también  en estos poemas otras fuerzas  de ataque, más insidiosas, menos visibles, y no obstante quizás más eficaces todavía: son aquellas que rigen el  relieve propio del lenguaje. Porque leer estos poemas es presentarse, quiérase o no, a una empresa de violencia: es aceptar dejarse   atropellar por su sintaxis,  su fonía, su vocabulario y hasta su retórica lograda mediante el juego siempre recomenzado de su ruptura.es también hacer que en uno mismo descienda su peso de oscuridad, dejar que apure hasta su término la fuerza de su subversión”.  (...)

                                                                    El Indispensable                                                  Fragmentaria

Armando Rojas Guardia

Innecesario decir, por evidente, que en el transcurso de todos estos años yo he sido, en más de un  sentido, un verdadero discípulo, un auténtico deudor de Juan Liscano, cuyo magisterio intelectual y moral se proyecta sobre mi vida de muchos modos tangibles. Baste ahora afirmar que mi libro "El Dios de la Intemperie" hubiera sido impensable sin el antecedente que constituye su '''Espiritualidad y Literatura, una relación tormentosa", ensayo que marca, un hito insoslayable en las modernas letras venezolanas.

Tengo la convicción de que Juan Liscano, aparte de ser, junto con Vicente Gerbasi, uno de los dos más importantes, imprescindibles, poetas vivos del país, pertenece a ese reducidísimo grupo de compatriotas que, tanto por la jerarquía de su trabajo intelectual como por la integridad de su vida cívica, constituye el definitivo patrimonio ostentado por Venezuela, más allá o más acá de otras glorias efímeras y de pasados espejismos de opulencia. Creo, pues, que, dejadas a un lado por fin pasiones inmediatistas que hicieron ayer de Juan Liscano   objeto de elogio interesado o denuesto ocasional; y por encima de las divergencias eventuales que podamos percibir en nosotros frente a sus posiciones políticas, una certeza sólida, serenísima, sube a la conciencia de todo venezolano adulto y medianamente enterado de lo que se piensa y se escribe en su país, la certeza -que sólo tenemos frente a muy pocos- de que Liscano es hoy un interlocutor indispensable de nuestras propias vidas, de nuestras reflexiones  sobre el quehacer nacional, de nuestras angustias ante la situación planetaria y la  galopante descomposición ética que nos rodea.

Pero a esa primera afirmación la acompaña una segunda: a pesar de que ahora está meridianamente clara para todos la importancia de Juan Liscano dentro de nuestra mejor herencia intelectual y ciudadana, "pocas obras literarias, globalmente consideradas, más  desconocidas que la suya; de suerte qué el grueso de su obra poética y lo más sustancial de sus ensayos aún aguardan la justicia del    reconocimiento nacional. No me refiero, desde luego, a ese tipo de reconocimiento demasiado oficial, que convierte a un escritor en precoz y solemne sarcófago, momia incapaz -a fuerza de elogios letales- de respirar el aire caliente de la discusión abierta, la polémica fecunda, la crítica sin concesiones. Nadie más alejado que Liscano, por formación espiritual y humana, por dirección mental y vital, por  temperamento y talento, de esos homenajes embalsamadores. Es demasiado independiente para ello, demasiado crítico, demasiado honesto: en fin, está, demasiado vivo. Pero no me refiero a aquella clase, de homenaje, sino que al que brota espontáneamente de la lectura perspicaz, del balance literario objetivo, del juicio asertivo.

Confieso, por ejemplo, que me aterra considerar la posibilidad de que este último libro de Juan, “Vencimientos”, pueda ser   soslayado por la ya habitual ausencia de sensibilidad crítica que padece esta hora venezolana. “Vencimientos”, lo digo a conciencia, es uno de los grandes poemarios de Liscano y el logro más acomodado  de la vertiente religiosa, esotérica y mística de su desarrollo  intelectual. (...)

Fragmentaria

El Diario de una Momia            

 In memoriam Carlos César Rodríguez F.

 Laura Gracco

I
Dónde las sotanas, el monumento
apenas asaltado por la historia,
el corazón de los celos, el verbo
que hace lícito el acontecimiento.
 
Qué cementerio más grande, qué petróleo
más infernal, más cercano al abismo,
qué farallón, por profundo, soportaría
tan ingente cadáver, tan vasta catedral.
 
Qué licor, qué sangre tanta boca,
qué libro tanta mirada, qué leña tanta caricia,
qué frontera tan ajena a otra.
 
II
Existe la flor única
gloria de todas las flores
pero en los dedos los pétalos mustios
 
¿Por qué no decir las cosas como son?
Pero
¿hay manera de decirlas como son?
La primavera se va desde hace siglos
las hojas siguen cayendo
y ningún cáliz guarda lo hollado.
 
¿Por qué no decir las cosas como son?
Pero
¿hay manera de decir cómo son?
 
III
Una rata gris recoge venas y emporios
abulta el pergamino que cubre el vacio
donde antes fueron ojos,  donde antes fueron labios,
la caja seca donde hubo un corazón.
En su pasmosa travesía inflama los muros
de este reino ahora sin huestes ni esclavos,
ella late bajo el tórax y sus ojos
más que mirar devoran y sus labios
Empañan húmedos el espejo.
Esta rata nunca dejó de crecer,
su hambre rebasa la mínima copa.
El reunió bajo una misma piel cordero y león,
puso la serpiente en el nido,
la negra herida  en el corazón de los hombres,
el huevo terso de la muerte.