Fragmentaria
Lectura de Gustavo Pereira
Alimentarse de los que nos mata
Juan Liscano
Gustavo Pereira tenía 19 años (nació en 1940, en Maracaibo) cuando leí en la revista Símbolo, editada por un grupo de estudiantes, en el número doble 5-6 de febrero-marzo de 1959, un poema suyo que contrastaba con la agitación febril y política de esos días. Se titulaba “Momento de Fuga”. Y decía: “Cantemos esta paz momentánea de fugarnos del mundo / este júbilo errante de tañir / y tañir / y tañir…”. (1)
En un tono romántico, en un ritmo que parecía proceder remotamente del Nocturno de José Asunción Silva con sus suaves ecos, en este caso: “Comenzamos perdiendo el otoño, plañendo las hojas, / las hojas, las hojas...”, Pereira, el joven Pereira que cinco años más tarde, en 1965, será uno de los fundadores de la Juventud Comunista en Puerto La Cruz (donde aún reside), invita a la paz momentánea de fugarse del mundo, “cantando, cantando”.
No se le escapa que este aflojamiento lírico será efímero. Están cerca “los huesos labrando los campos, y los dientes / arando la tierra / y las luchas… / las marchas de sangre”. La obra toda —unos diez libros de poesía— escrita por Gustavo Pereira, oscilará entre dos polos: el de su toma de conciencia social, marxista, vinculada a la imagen paterna, a ese trabajador gráfico que le “enseñaba la Internacionalidad entre los ruidos de las máquinas” y “ devoraba hasta el amanecer los libros rojos”, a la consiguiente aproximación efectiva hacia los pobres, “tienen el vientre vacío la cabeza de cerveza”, y su sentir íntimo, personal, introspectivo, suyo, como decía Vallejo de sí mismo, conmovido sin cesar, por impulsos contradictorios del alma, por alas y llamas, “por el pánico de caer en mi propia trampa”.
Y si allá
Acá
Cuando hay música prefiero silencio
Cuando hay silencio se siente solo
El temor le hace poner música
La música le hace desear silencio
El silencio estar allá
Y estar allá etc…”
Jacques Dupin: Fragmentaria
Poeta
de la Vertiente
Abrupta
Alfredo Silva Estrada
Los primeros poemas de Jacques Dupin fueron acogidos con vivo entusiasmo por René Char. “sin demoras -escribe Char en el bello prefacio de Cenicero del Viaje, G. L. M. 1950- se ha conferido a sus poemas la importancia que se le habría negado con justicia a las confidencias de un simple mal de infancia. Jacques Dupin aparece con un cuerpo muy suyo y una revelación no menos personal”. Esta exaltación de Char hace que cierta crítica poco atenta axagere la influencia del autor de Le Marteau sans Maitre sobre el joven poeta de Gravir (trepar), título que recoge, en 1963, lo más importante de su obra hasta esa fecha. El título es significativo. Muestra la áspera insistencia en buscar una fundamentación del ser mediante la violencia de la palabra: Treperte y, habiéndote trepado -cuando la luz ya no se apoya sobre las palabras, y se derrumba y rueda cuesta abajo- treparte todavía. Otra cima, otro yacimiento.
Jean-Pierre Richard es, a nuestro juicio, el ensayista que más profundamente ha escrito sobre la obra poética de Dupin. El breve fragmento que trascribimos pertenece al prefacio de L’Embrasure (El Vano), N. R. F., 1971:
“El paisaje de Dupin sólo se afirma rompiéndose. Nace de su propia desgarradura: la disyunción que él reinventa e interroga sin cesar mediante el modo esencial de la agresividad. Centellas, ráfagas, choques, sacudidas, cuchillas, rejas de arado, palas, brechas, derrumbes, arañazos, desolladuras, oscurecimientos, estallidos, dislocaciones, naufragios: he aquí algunos de los instrumentos y de las maneras con las cuales se sueña aquí, monótono y siempre variado, dinamismo tan poderoso de asalto. Por lo demás, se ejercen también en estos poemas otras fuerzas de ataque, más insidiosas, menos visibles, y no obstante quizás más eficaces todavía: son aquellas que rigen el relieve propio del lenguaje. Porque leer estos poemas es presentarse, quiérase o no, a una empresa de violencia: es aceptar dejarse atropellar por su sintaxis, su fonía, su vocabulario y hasta su retórica lograda mediante el juego siempre recomenzado de su ruptura.es también hacer que en uno mismo descienda su peso de oscuridad, dejar que apure hasta su término la fuerza de su subversión”. (...)
El Indispensable Fragmentaria
Armando Rojas Guardia
Innecesario decir, por evidente, que en el transcurso de todos estos años yo he sido, en más de un sentido, un verdadero discípulo, un auténtico deudor de Juan Liscano, cuyo magisterio intelectual y moral se proyecta sobre mi vida de muchos modos tangibles. Baste ahora afirmar que mi libro "El Dios de la Intemperie" hubiera sido impensable sin el antecedente que constituye su '''Espiritualidad y Literatura, una relación tormentosa", ensayo que marca, un hito insoslayable en las modernas letras venezolanas.
Tengo la convicción de que Juan Liscano, aparte de ser, junto con Vicente Gerbasi, uno de los dos más importantes, imprescindibles, poetas vivos del país, pertenece a ese reducidísimo grupo de compatriotas que, tanto por la jerarquía de su trabajo intelectual como por la integridad de su vida cívica, constituye el definitivo patrimonio ostentado por Venezuela, más allá o más acá de otras glorias efímeras y de pasados espejismos de opulencia. Creo, pues, que, dejadas a un lado por fin pasiones inmediatistas que hicieron ayer de Juan Liscano objeto de elogio interesado o denuesto ocasional; y por encima de las divergencias eventuales que podamos percibir en nosotros frente a sus posiciones políticas, una certeza sólida, serenísima, sube a la conciencia de todo venezolano adulto y medianamente enterado de lo que se piensa y se escribe en su país, la certeza -que sólo tenemos frente a muy pocos- de que Liscano es hoy un interlocutor indispensable de nuestras propias vidas, de nuestras reflexiones sobre el quehacer nacional, de nuestras angustias ante la situación planetaria y la galopante descomposición ética que nos rodea.
Pero a esa primera afirmación la acompaña una segunda: a pesar de que ahora está meridianamente clara para todos la importancia de Juan Liscano dentro de nuestra mejor herencia intelectual y ciudadana, "pocas obras literarias, globalmente consideradas, más desconocidas que la suya; de suerte qué el grueso de su obra poética y lo más sustancial de sus ensayos aún aguardan la justicia del reconocimiento nacional. No me refiero, desde luego, a ese tipo de reconocimiento demasiado oficial, que convierte a un escritor en precoz y solemne sarcófago, momia incapaz -a fuerza de elogios letales- de respirar el aire caliente de la discusión abierta, la polémica fecunda, la crítica sin concesiones. Nadie más alejado que Liscano, por formación espiritual y humana, por dirección mental y vital, por temperamento y talento, de esos homenajes embalsamadores. Es demasiado independiente para ello, demasiado crítico, demasiado honesto: en fin, está, demasiado vivo. Pero no me refiero a aquella clase, de homenaje, sino que al que brota espontáneamente de la lectura perspicaz, del balance literario objetivo, del juicio asertivo.
Confieso, por ejemplo, que me aterra considerar la posibilidad de que este último libro de Juan, “Vencimientos”, pueda ser soslayado por la ya habitual ausencia de sensibilidad crítica que padece esta hora venezolana. “Vencimientos”, lo digo a conciencia, es uno de los grandes poemarios de Liscano y el logro más acomodado de la vertiente religiosa, esotérica y mística de su desarrollo intelectual. (...)
Fragmentaria
El Diario de una Momia
In memoriam Carlos César Rodríguez F.
Laura Gracco